¿Cómo está el clima allá arriba?, le preguntan constantemente a Jodi. Es la protagonista de la película “A mi altura”, una historia que se encargó de contar lo que padecen quienes son muy altos. Por su tamaño extralarge, muchos los ven como bichos raros. Tienen que hacerse camas a medida. Les cuesta encontrar ropa para su tamaño y sentirse cómodos en ciertos lugares como el transporte público de pasajeros. Muchos se agachan para salir en las fotos y reniegan porque deben andar por las calles esquivando ramas de árboles y cajas de aire acondicionado. Mientras la población, en general, aumenta su tamaño en centímetros ellos, los súper altos, luchan para dejar de sentir que no tienen un lugar en la sociedad.
En la película “A Mi altura” la actriz Ava Michelle es la chica más alta de su escuela y esto la ha convertido en el blanco de burlas. Pero un día ella se cansa de ir encorvada por la vida y empieza a encontrarle el lado bueno a su tamaño XL.
Es lo mismo que les ocurre a la mayoría de los que miden más de 1,90 metro. Siempre estuvieron al final de la fila. Saben que son diferentes. Sin embargo, eso con el tiempo les termina dando más fortaleza, según cuentan en esta nota.
“Mi hijo Clemente ya nació grande. Siempre estuvo mucho más arriba de la altura promedio de sus compañeros. Pero por suerte nunca fue acomplejado. Su papá le hizo ver desde chico que la altura era un don y le sacó provecho como deportista”, cuenta la mamá, María Mansueto.
Clemente tiene 14 años y ya mide dos metros. “En mi familia materna son muy altos, pero nadie tanto como él”, detalla la artista plástica. “La altura al principio le jugó en contra para el manejo de su cuerpo. Le consulté al médico y me dijo que estaba todo bien. Lo llevamos a un especialista en psicomotricidad y pudo mejorar totalmente”, detalla.
María señala que ser demasiado alto tiene un costo mayor para el bolsillo. “La cama se la tuvimos que hacer a medida. Los pantalones no conseguimos para su largo y se los hace una modista. Las zapatillas las tenemos que comprar en el exterior. Otro punto en contra es que la gente siempre lo trató como un chico más grande. Por ejemplo, en los partidos de rugby los padres de los niños de otros equipos no querían que lo pongan a mi hijo porque decían que era más grande”, confiesa, antes de cerrar con una anécdota: “la última vez que compramos un auto lo llevamos a él para asegurarnos que entrara en el vehículo y estuviera cómodo”.
Peligros
Los ventiladores de techo son un peligro. Al igual que los marcos de las puertas. Ellos miran a todos desde bien arriba. Y aunque sus medidas siempre despertaron comentarios, hoy se acostumbraron a convivir con la mirada del otro.
Damián Conta, de 43 años, recuerda que cuando iba a séptimo grado, en la primaria, era el quinto en la fila. “Al año siguiente ya era el último. Fue un rápido estirón”, expresa.
“En mi época no era muy común ver gente alta, salvo los que jugaban básquet o voley. De todos mis amigos, tengo uno solo que es como yo. Ahora sí se ven jóvenes más altos”, opina Damián, que mide 1,90.
Conta dice que cuando era adolescente le gustaba ser alto por los deportes. Sin embargo, cree que tiene más contras que pro ser XL. “Por ejemplo, no entrás cómodo en un auto ni en un avión... yo soy feliz cuando me dan el asiento de salida de emergencia. En el colectivo me voy al final, donde no hay asientos adelante. Conseguir ropa o calzado es otro drama. Los baños normales para nosotros son chicos. Y siempre tenemos que caminar atentos para no golpearnos la cabeza con algún toldo, rama de árbol o un aire acondicionado que sobresale de la pared. Otra cosa: los altos siempre tendremos más dolor de cuello o espalda por tanto doblarnos al lavarnos la cara o hablar y saludar, o hasta salir en una foto grupal”, detalla.
Lo bueno, según Damián, es que es mejor para los deportes. “Me gusta cuando voy caminando y puedo mirar todo, o cuando puedo alcanzar con mis manos algo que está muy arriba. Me gusta ser alto y nunca me pasó plantearme por qué no soy más bajo”, concluye.
Desventajas
Sebastián Rigazzio, también de 43 años y una altura de casi 1,90, sostiene que aunque hay una concepción colectiva de que el hombre más alto es más elegante, eso es solo teoría. “Una ventaja de cuando uno es alto es que podés ver por encima de la gente. La desventaja es si sos tímido: nunca pasás desapercibido. En la adolescencia no me gustaba llamar la atención todo el tiempo. Cuando pasás caminando, todos te ven”, cuenta.
Según su punto de vista, las personas altas son más calmadas que las bajas. “Una cosa incómoda son algunos vehículos. Por ejemplo, las motos y autos chicos. Tenía un Clío y luego me compré una camioneta. La gente que me conoce, cuando me ve, me dice: “ahora sí”. Pero el chiste me costó caro. Todas las cosas para los altos son más costosas; seguro que hasta mi ataúd será más caro”, bromea. Añade que no le resulta fácil conseguir talle de ropa y en la cama tiene menos margen para moverse. “El avión es una tortura para mis rodillas. Hace mucho que no subo a un colectivo; la última vez le di con la cabeza al pasamanos del techo”, relata.
Kevin Casarrubios recuerda que a los 17 años, cuando medía 1,80, pegó el último estirón y su estatura llegó a los 1,93. “Contras tenemos muchas los altos: los árboles en las veredas suelen ser bajos y se nos hace difícil transitar; las lámparas en las casas también suelen estar bajas, los marcos de las puertas están pensados para gente mucho más chica y el transporte público es problema, sobre todo en el espacio entre asientos. Como pro, más allá de los deportes en los que la altura es un factor importante, poder alcanzar lugares altos y tener piernas largas muchas veces es una gran ventaja. Particularmente siempre me gustó ser alto, llegar a lugares que parecen inalcanzables y que la gente te note y te halague”, reflexionó el joven de 30 años.
Humor
A Emilio Marcelo Giobellina (50), en cambio, no le gusta mucho tener las miradas encima. Hace años lo apodaron “el Chiky” y en la actualidad también sus amigos le dicen “Pequeño”. El no siente que eso lo haya afectado emocionalmente. Quizás porque en su infancia los chicos eran menos crueles, sostiene. Mide dos metros y eso le permitió hacer muchos deportes (básquet, handball, rugby, voley y motocross). Gracias a sus piernas largas, podía correr más rápido que muchos otros deportistas.
Emilio, que tiene un bar en la zona de la Plazoleta Mitre, calza 49 y no consigue zapatos en Tucumán. A los pantalones se los hace a medida porque siempre le faltan unos 12 centímetros en la botamanga. Sus pies sobresalen unos 20 centímetros del colchón. Como los inodoros son muy bajos, al de él le hizo una base de cemento. La esposa, Andrea, cuenta que cuando caminan por la calle la gente los mira con atención y murmuran. “Por suerte se lo toma con humor. Cuando alguien le pregunta si va a seguir creciendo, se ríe y contesta que ya no”, describe.
“En plena pandemia decidimos casarnos y fuimos a caminar al centro para averiguar de los anillos. Y una vez más pasó que él se olvida que las marquesinas son bajas o que los hierros de los toldos son bajitos. Se llevó por delante la marquesina de un negocio. Fue tan fuerte el ruido que nos dio vergüenza y nos fuimos”, detalla.
“El es grandote, cuando lo ven los chicos creen que es malo. Pero es lo más bueno del mundo”, cuenta Andrea, que se adueña del relato porque -según dice- él es más tímido.
Damián, Kevin, Clemente, Sebastián y Emilio se sienten fuertes y aceptan que tienen una “cualidad”. Con ella construyen su personalidad. Sí les gustaría que las nuevas generaciones de personas extralarge no sientan que tienen que pagar un costo más alto solo por vivir con más centímetros de altura que el promedio de la población.